jueves, 19 de febrero de 2015

Divide y vencerás

Estoy preparando dos próximas entradas para el blog. A los lectores, disculpen las tardanzas y espero comentarios (sean positivos o no). Gracias.
Una será (impostergable) sobre la homilía del Papa a los nuevos cardenales, aquella en la que sostuvo que "El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre". Y cuidado del que se escandalice de mi, parece decir el Papa. Si bien algunos comentaristas las relacionan directamente con las intervenciones que el mismo Francisco prepara para la siguiente etapa del sínodo, no deja lugar a dudas en sus próximos pasos. De un lado nosotros, los misericordiosos, y del otro ustedes, escandalizados, retrógrados, conservadores y tradicionalistas. La Iglesia no está para condenar, sí existe para llevar a los hombres a Dios, hacer presente a Cristo, formar en la recta conciencia, educarnos para vivir en la Verdad y el Amor. Cada uno se condena por sí mismo, si no elige el bien y le da la espalda a Dios. Y hoy quien parece alejar de Dios a muchos y escandalizar abiertamente no es otro que quien está sentado en la cátedra de Pedro. Devaluada y venida a menos. Y fomentando la división. Y ésto es de su propia cosecha, no es jesuita. 
La otra entrada será sobre el cierre de la semana de oración por la unidad de los cristianos, donde el difuso ecumenismo que el Vaticano II inició con la diluyente doctrina sobre la Iglesia, encuentra en Francisco su cumplimiento soñado.
Ya hay algunos valientes que empiezan a gritar al pasar el Papa, como en el Traje del Emperador, que va paseando desnudo.
Una perla:
Aunque se lo puede aplicar al actual, ésto opinaba Indro Montanelli hace 15 años:

«En una conversación con Juan Pablo II en su apartamento privado (…) Comprendí o creí comprender que este Papa dejaría tras de si una pila de escombros: Los de la estructura jerárquica y piramidal de la Curia Romana. Ahora, me parece comprender que esta intuición vagamente catastrófica pecaba si, por defecto; que lo que el Papa Juan Pablo II dejará detrás, no son solo las ruinas de la Curia Romana sino las de la Iglesia, al menos de la que nosotros hemos estado acostumbrados durante dos mil años a considerar tal, y que llevamos, nosotros, laicos, en la sangre». (Indro Montanelli – Corriere della Sera, 9 de marzo de 2000).

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